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Columnas De Paso

De disfraces y magia

Nunca cuestioné la magia. Poco me importaba realmente lo que sucedía en aquellas larguísimas horas que transcurrían entre el tiempo de dormir y el glorioso momento de despertar para correr al árboly descubrir el regalo que habían dejado para mí. Lo inverosímil de la idea poco importaba, lo importante realmente era el regalo. El motivo del festejo, los adornos, los renos y todo lo que ocurría en aquellas noches, no eran tan importantes como los regalos. Supongo que es algo normal en cualquier niño que pueda contar su edad con los dedos de una sola mano. No me enorgullece decirlo, pero tampoco me avergüenza; las fiestas navideñas nunca me atraparon más allá de la magia de los regalos.

Desde niño fui —y en más de un sentido, lo sigo siendo— de ese tipo de personas que no comparten su intimidad fácilmente. Para mí, los festejos navideños eran íntimos y de familia. De ese pequeño núcleo familiar; mis papás, mis hermanas y nada más. Tenía amigos con grandes fiestas, a donde llegaban familiares lejanos y festejos tumultuarios. A mi me daban ñañaras imaginarlo. Las pocas veces en las que de niño me tocó ira esas grandes fiestas, sentí que la magia se perdía.

Con el paso de los años, el árbol dejó de tener regalos para mí y en mi mente los regalos pasaron a ser consecuencia y no motivo de la fiesta. Poco a poco fui descubriendo lo que las fiestas realmente significaban para mí. Nunca he sido realmente una persona religiosa, por lo que la Navidad no tiene esa carga celebratoria que une a tanta gente que sí lo es. Llega entonces el momento en el que todo es, no falso, pero sí un poco forzado; las luces, los árboles, los gorros y todo lo que gira en torno al festejo. Para mí, todo valía la pena con tal de pintar mi mejor sonrisa y reencontrarme con mi familia. Disfrutar de sus risas, sus abrazos, sus chistes repetidos año con año, su manera de decir: te quiero, simplemente al estar ahí, jugando el mismo rol que yo, disfrazándose de entusiasmo navideño con tal de estar juntos nuevamente.

Contrario a lo que podrías pensar, no soy un “grinch”. Al menos he descubierto que no me siento como tal. Hace varios años que en mi casa no hay un solo foquito, nacimiento, sombrero o árbol de navidad. Pero este año todo cambió. Tengo una amiga que cada año me pregunta si voy a poner mi arbolito. Esta vez no preguntó. Compró uno y lo vino a poner a mi casa, con esferas y toda la cosa. Me dijo: —“Lo voy a poner aquí, para que todas las mañanas lo veas y te alegre el día…”— ¿y sabes qué? Todas las mañanas me alegro al verlo, no por el árbol ni las luces, sino porque fue su manera de decir: “te quiero”.

Y ahí radica la magia de estas fechas. Más allá del tipo de fiesta que te guste, las costumbres de tu tribu o lo que sea que te motive. La magia está en que cada quien, a su manera, podamos decirnos: “te quiero”, si acaso por única ocasión en el año.

No cuestiono la magia. A ti que me leíste hoy, te abrazo y te digo: gracias, te quiero. ¡Feliz Navidad!

 

Sergio F. Esquivel – @sergio_escribe

Columna: De Paso.

Publicada por Novedades Yucatán el 24 de diciembre 2021

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