Estoy convencido de que a ti también te ha sucedido. Yo he caído en la misma trampa una y mil veces. Idealizamos a alguien para luego decepcionarnos de una imagen inexistente que construimos acerca de la otra persona. Le otorgamos expectativas no solicitadas y luego sufrimos ante la evidente decepción que tarde que temprano, tiene que llegar.
El amor y la idealización poseen el mismo embrujo porque parten del mismo sitio: la admiración.
Idealizamos a quien tiene claramente un poder de atracción sobre nosotros, ya sea por sus cualidades, sus ideas, su forma de pensar, de ser, por su belleza; idealizamos a quien admiramos.
Hay una historia que me gusta y además ilustra perfectamente a lo que me refiero. En “Jaime Sabines. Algo sobre su vida” de Carla Zarebska, el célebre poeta chiapaneco comparte el encuentro que tuvo con Pablo Neruda.
En 1949 Neruda era ya un poeta consumado y además un referente político y social en todo el mundo. Había escapado de la dictadura de González Videla y su destierro tuvo amplia cobertura. Neruda llegó a México y Carlos Ruiseñor Esquinca, amigo de Sabines que sabía lo mucho que admiraba la obra de Neruda, lo invitó a un evento con otros periodistas e intelectuales para conocer al poeta chileno. Sabines llegó con la ilusión de conocer a su ídolo. Llevaba bajo el brazo los originales del que sería su primer libro: “Horal” con la esperanza de poder mostrárselos y de ser posible, saber qué pensaba de su trabajo.
Las cosas no salieron como imaginó. La charla se centró en la política y Sabines tuvo que escuchar a Neruda mentarle la madre a González Videla durante horas.
Sabines lo describió así: —“…Si a esto agregamos la figura obesa de Neruda, al estar sentado sobre un amplio sillón con una cámara de bicicleta debajo de las nalgas, y su voz gangosa, atiplada, incapaz de decir sus versos sin ofenderlos, comprenderías mi desencanto, mi total decepción”.
El colmo fue cuando descubrió en la sala una mesita con una charola con monedas y un letrero pidiendo contribuciones para la edición de su “Canto General”.
—“Si Neruda, que era Neruda, hacía esto, ¿qué va a ser de mí, qué me espera?”— se preguntaba el joven Sabines.
¿Por qué repetimos el mismo error una y otra vez? ¿Somos muy optimistas o demasiado ingenuos? Tal vez sea naturaleza humana; nos sentimos con el derecho irrevocable de pensar que las cosas tienen que salir siempre como queremos y los demás deben de actuar alineados a esa idea.
Idealizamos a las personas aun sabiendo que corremos el riesgo de terminar con la cara sobre el pavimento. Y la culpa es de uno, porque es una trampa que nosotros mismos colocamos. Corremos los riesgos a cuenta de nuestra esperanza porque le asignamos a la otra persona virtudes y cualidades que existen solamente en nuestra mente. El mismo Sabines admitió que años después comprendió que Neruda estaba en su papel, tenía razón, vivía sus circunstancias y el torpe había sido él.
Colocarle al otro el peso de cumplir con nuestras propias expectativas es la forma más segura de volver al desencanto. Entender esto y lograr hacernos responsables de nuestras propias emociones, podría finalmente evitarnos la tristeza innecesaria de caer en una nueva decepción. ¿No te parece?
Sergio F. Esquivel
Columna: De Paso.
Publicada por Novedades Yucatán el 30 de julio 2021
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