Una frase por demás extraña que vengo escuchando en todas partes desde que era un niño es aquella que dice: “ese hombre no tiene un pelo de tonto”. Una construcción lingüística difícil de entender en su sentido literal, como la mayoría de los dichos que tiene este país. El negativo del negativo. Eso es, decir que no tienes un pelo de tonto, es en el fondo un halago a tu inteligencia. Aun así, sigue sonando extraño. Más aún cuando asumimos que para tanta gente, el pelo, su ausencia, su textura o la forma en la que se lo acomoda, es un tema muy sensible.
No es mi caso por supuesto. Digamos que tengo amplia experiencia en el desapego capilar desde hace muchos años. Si me trato de remontar a mis recuerdos más añejos, encuentro siempre la imagen de mi padre, sin pelo por supuesto. No lo recuerdo de ninguna otra forma, aunque existen muchas fotografías donde se le puede ver con una larga cabellera; son imágenes de una realidad que no viví. Alguna vez, cuando no tenía más de 10 años, le pedí a mi mamá -que me llevó a que me cortaran el pelo- que me lo cortaran igualito a mi papá. A nadie debe sorprender que quisiera hacerlo -aunque desde luego, mi madre se negó a cumplir mi capricho-. Yo idolatraba tanto a mi papá que no me di cuenta de que pedir ese corte invariablemente iba a resultar innecesario.
Ya siendo adolescente, me entró la onda de andar de greñudo -eviten las burlas por favor-, el pelo suelto me colgaba por debajo de los hombros, hasta que mi amigo Bencho y yo decidimos raparnos por completo. Fuimos a una estética y le dije a la damita: quiero un corte como el de Michael Jordan, se quedó en silencio, porque no sabía de quien le estaba hablando, entonces Bencho le dijo: “Quiere que se lo cortes como Sergio Esquivel -Ahhhh… ¡ya sé cómo!-”, contesto entre risas. Me rapó por completo la cabeza y desde ese día hasta hoy, traigo el mismo corte, aunque ahora no es opcional.
Yo sé que hay personas a las que les cuesta trabajo lidiar con eso, pero la realidad es que a mí no me molesta andar pelón por la vida. Tiene muchas ventajas: Me ahorro un dineral en shampoo. No me paro en una estética desde que fui aquella vez con Bencho y si sumara las horas, estoy seguro de que me he ahorrado algo así como un verano completo por no tener que peinarme nunca.
Podría decirse que soy un afortunado, porque además mi cabeza tiene ese tipo de forma, libre de abolladuras y que raya en lo simétrico, por lo que queda bien al descubierto.
La calvicie no me afecta, si acaso mi única queja es el aburrimiento. Digamos que cuando uno se peina con el rastrillo, no tiene muchas opciones como para cambiarse el look de vez en cuando y se vuelve algo tedioso. Fuera de eso no tengo queja alguna. Ya que ahora sí, literalmente, no necesito ser muy listo para ir por la vida sin un pelo de tonto.
Sergio F. Esquivel – @sergio_escribe
Columna: De Paso.
Publicada por Novedades Yucatán el 25 de febrero 2022
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