Lucas no desea nada más en el mundo que poder volar. No me lo ha dicho, desde luego, pero lo puedo ver claramente en sus ojos. Así pasa con los perros, son seres especiales, con los que es fácil entendernos. Yo no sé bajo qué circunstancias surgió el primer vínculo afectivo entre persona y perro, pero recuerdo haber leído por ahí que descubrieron una tumba con 15 mil años de antigüedad con los restos de un hombre enterrado junto a su perro.
15 mil años son muchos, la realidad del mundo ha cambiado en casi todo, pero el amor de los humanos por sus perros se mantiene intacto. Supongo que habrá muchas teorías que lo expliquen, pero yo creo que tiene que ver con que, así como nosotros, los perros tienen personalidades con rasgos inconfundibles de personalidad. Si has tenido uno, seguramente supo mostrarte qué cosas le gustaban y cuáles no, así como qué cosas deseaba más que nada en el mundo.
Mi perro lo que más desea es poder volar. Quien llega a conocer bien a Lucas —mi salchicha— me dice se parece a mí; es terco, juguetón y coqueto. No suena a un halago, ¿verdad? Para mí lo es porque Lucas me cae a toda madre. Una de las cosas que más le gustan es cazar. Lo tiene en la sangre y en mi casa persigue toda clase de bichos y animalitos.
Su obsesión por volar nació el día en el que persiguió a un pájaro desde el jardín hasta mi oficina en el segundo piso. Lo escuché subir a toda velocidad y pegar de brincos tratando de atraparlo por toda la casa. Desde ese día, está obsesionado. En el parque cuando ve un pájaro, ya no le hace caso a nada ni nadie. Los persigue y brinca sin entender por qué él no puede volar como los plumíferos que tanto lo obsesionan. Lo observo por las noches a un lado de mi escritorio, levantando la cara siguiendo con la mirada durante horas a lagartijas y moscos que se le escapan y lo miran burlonamente desde el techo. Yo intento decirle que se olvide de ellos y se enfoque en otras cosas, pero él me mira con incredulidad y frustración. Bien podría estar explorando el jardín, husmeando rastros de todo lo que ocurre al nivel del suelo, pero no, a Lucas lo que lo obsesiona es el techo, las alturas; justo eso que no puede obtener.
Esa es la cosa con los perros. Que son en más de un sentido muy parecidos a nosotros; obsesionados con lo que nos elude, añorando lo que no podemos hacer, suspirando por sitios a los que no podemos ir, deseando cosas que no podemos tener.
Compartimos con ellos la paradoja de que el pasto siempre es más verde del otro lado de la barda. Queremos lo que no podemos tener porque tendemos al apego a lo imposible. Todos deseamos eso que nos elude, y si llegáramos a alcanzarlo, no tardaremos en obsesionarnos con algo nuevo que nos eluda también. Tal vez ahí está la clave del vínculo de quince mil años. Que compartimos el mismo sin sentido.
La vida es a veces como esa lagartija inalcanzable que nos mira burlonamente desde el techo, mientras nosotros a veces nos parecemos a Lucas; obsesionados con lo imposible, perdiendo el tiempo mirando a la vida burlarse desde las alturas. Deseando poder volar.
Sergio F. Esquivel
Columna: De Paso.
Publicada por Novedades Yucatán el 01 de octubre 2021
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