Se sumergió a pesar del frío que la rodeaba. No se soltaba de la cuerda amarrada a aquel viejo árbol en la orilla del río.
No era la primera vez que sentía esas mismas ganas.
Desde ahí podía escuchar la cascada; ese sonido que tanto la atraía, la música que producía el agua al caer, imaginaba el agua del río golpeando las piedras al caer, rompiendo su forma, revolviéndose, reinventándose.
Pensó que esta vez lo lograría; asomarse al borde y mirar al abismo en primer plano.
Intento en silencio soltarse y nadar hacia ese sitio, pero no pudo. El miedo le gano.
Discretamente salió del río reconfortada por la idea de que nadie la vio en su intento y regresó a su casa.
Borrando sus ganas a cada paso que daba.
Dispuesta a olvidarlo todo.
Dispuesta a nunca volver.
Y así fue…
Sergio F. Esquivel – @sergio_escribe
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