Todo inicia con el primer paso. La primera decisión, el primer impulso. Cuando decidimos cambiar la manera en la que hacemos las cosas suele ser porque queremos algo mejor para nuestra vida. Existe una motivación sustentada en el resultado de ese cambio, una idea que suele ser irresistible.
Queremos que las cosas cambien, pero al mismo tiempo sabemos que esos grandes cambios se ven siempre lejanos, parecen inalcanzables y la distancia entre la realidad y el objetivo es demasiada.
El cambio realmente no inicia a gran escala, de hecho, comienza siempre con las pequeñas cosas.
Hace unos meses alguien me platicó la forma en la que logró ir cambiando los hábitos de consumo en su casa para llevar una vida ecológicamente responsable. Me encantó y decidí aplicarlo en mí; comencé con lo más sencillo, separando envases pet y latas; los lavaba, los comprimía y los iba juntando en un contenedor. Cada par de semanas llevaba ese contenedor a uno de los más de 100 puntos verdes ubicados por toda la ciudad.
La primera vez que fui descubrí la gran cantidad de personas que han adoptado la misma idea. Cada vez que voy, me encuentro familias que llevan juntos sus cosas para reciclar.
Esa primera visita me dejó muy sorprendido de que esto estaba pasando en mi ciudad y yo no estaba enterado. Comencé a reciclar más y mejor; ahora separo el cartón, las tapas de plástico, los envases de cristal y tetrapak. Organicé mi cocina de manera en la que es muy sencillo limpiar y juntar cada cosa en su lugar y llevarlos cada semana a reciclar.
El cambio suele ser contagioso. Hace un par de semanas mi mamá se sumó al cambio y está haciendo lo mismo en su casa. Alguien sembró en mi la semillita y ahora el cambio se extiende.
Cambiar nuestros hábitos buscando una mejor vida siempre va a ser una buena idea. No solamente por todo lo que ese cambio supone y traerá, sino porque, además, estas decisiones siempre vienen con un premio adicional. Lograrlo te reafirma como alguien capaz de cumplir lo que se propone, de generar el cambio. No es una cuestión de vanidad, no es un halago externo, es más bien un sentimiento individual que es poderoso y sanador.
A mí, por ejemplo –y ya me lo habían advertido-, el simple hecho de reciclar lo que se genera en mi casa me hace sentir bien, me permite sentir en movimiento, comprometido con mi entorno. Me ha ayudado en estos tiempos difíciles a sentirme mejor conmigo mismo.
Sé que no es gran cosa y que el impacto real de mis acciones en el esquema general de la realidad no es tan significativo, sin embargo, lo hago feliz sabiendo que mi pequeño esfuerzo se suma al de miles de personas más que en mi comunidad estamos dispuestos a meter las manos y lograr un pequeño cambio.
Como un primer paso, una decisión, un primer impulso para lograr un gran cambio global. Son las pequeñas cosas.
Sergio F. Esquivel
Columna: De Paso.
Publicada por Novedades Yucatán el 20 de agosto 2021
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