“Tantos rostros que entran y salen de mi vida. Algunos perdurarán, otros simplemente se irán…”.
Iba manejando con las ventanas abajo y el pelo hasta los hombros por una carretera desierta mientras cantaba estas líneas, sin entender realmente a lo que se refería Billy Joel en su canción: “Say Good bye to Hollywood”.
Claro que yo tenía veinte años y me sentía un hombre de mundo, con todas las respuestas; cuando en realidad no tenía la más puñetera idea de lo que la vida era en ese momento.
La canción me sorprendía por la visión tan triste de acostumbrarnos a decir adiós. Pasaron muchos años para que pudiera comprender la verdad y melancolía que escondía; porque la vida se trata en mucho de aprender a soltar. Ahora tal vez lo entendemos, pero eso no significa que sepamos en realidad como afrontarlo. A nadie le gusta decir adiós, porque nadie sabe realmente que decir.
—“No supe qué decir”, me confesó alguien hace un par de días. No se lo supe decir en ese momento, pero yo tampoco supe.
Existe un tono de incomodidad que se hace presente en cualquier despedida. Ocurre por igual en aeropuertos, cementerios o en la banca solitaria de algún viejo parque. Nos cuesta decir adiós, porque hacerlo lleva implícita la aceptación de pérdida, de fracaso y desperdicio. Me ocurre que yo tampoco sé nunca qué decir. Lo cual nunca ha sido impedimento para mantenerme callado. Las palabras me desbordan y suelo extenderme a veces rayando en lo ridículo. No puedo contenerme. Ni mi lengua ni mi pluma conocen la prudencia. Tal vez sea por mi conducta obsesiva o la terquedad con la que vivo. Soy malo para muchas cosas, pero más que para cualquier otra, soy malo para dejar ir.
Despedirme me sabe a “quitarisas”. Es un poco como cuando vas a una comida de esas mágicas que se extienden por horas y todos es chorcha y felicidad hasta que llega el momento de pagar la cuenta. Al final de todo, decir adiós es justo eso; pagar la cuenta de esa comida, como prender las luces al terminar una gran película, o ponerte a recoger el desorden que nos deja una muy buena fiesta.
En el fondo sé que todo final se convierte al mismo tiempo en un nuevo principio. Con los años aprendí que detrás del adiós llega la sensación reconfortante de liberación que suele ser igualmente poderosa.
Chuck Palahniuk lo dijo mejor a través de su personaje Tyler Durden: — “Perdido en el olvido. Oscuro, silencioso y completo. Hallé la libertad. Perder toda esperanza fue la libertad”.
La vida es un ciclo. A lo largo de mi vida he tenido que aprender a soltar muchas cosas; desvestir una casa en la que fui feliz, vaciar los cajones de un trabajo que amaba, dejar ir amistades profundas, despedirme de amores trascendentes.
Asumo que la vida nos llevará siempre a eso; a leer palabras que no queremos leer. Escuchar cosas que no queremos escuchar. Despedirnos de quien no quisiéramos dejar ir. Mientras estemos vivos, no habrá manera de evitar la lluvia; tarde o temprano, todos terminaremos empapados.
“La vida es una serie de saludos y despedidas. Me temo que es hora de decir adiós otra vez…”. Me recuerda la misma vieja canción de Billy Joel mientras termino de escribir estas últimas líneas. —
Adiós. Algún día encontremos las palabras.
Sergio F. Esquivel
Columna: De Paso.
Publicada por Novedades Yucatán el 3 de septiembre 2021
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