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Columnas De Paso

El viejo Saúl

Los domingos muy temprano voy a una cafetería sobre Paseo Montejo. Llevo a mi perro y el libro en turno. Este domingo fue “El último en morir” de Xavier Velasco. Una novela acerca de su propia vida, su formación y la historia detrás de su famoso “Diablo Guardián”.

En un par de capítulos narra la época en la que coincidió con los inicios de Caifanes, su amistad con Saúl Hernández y sus aventuras detrás del escenario.

Aún recuerdo el día en el que descubrí a los Caifanes. Mi papá regresó a casa de una cita en su disquera con 6 discos nuevos bajo el brazo, entre ellos: Joaquín Sabina, Gabino Palomares y el álbum debut de Caifanes que rápidamente se convirtió en mi favorito.

Había algo en la manera de escribir de Saúl, compositor de casi todos los temas, que conectaba conmigo de una forma profunda.

Saúl -siempre introspectivo- creció en un entorno tormentoso. Sus canciones mezclaban un deseo de amor desbordante y furia contenida que lo consumía. Mi padre fue compositor y supongo que por eso tengo debilidad por quienes cantan sus propias canciones. Mi conexión con Saúl y sus canciones creció con los siguientes 3 discos: “El diablito”, “El Silencio” y “El Nervio del volcán”.

En 1993 los vi en vivo por primera vez. Mi emoción fue tanta que me quité la playera y la aventé al escenario mientras Saúl cantaba “Dioses Ocultos”. La playera le cayó en la cara, Saúl la agitó como si fuera una bandera y la lanzó de regreso a la multitud. Poco sabíamos entonces que unos días después llegaría el final de Caifanes por problemas entre Saúl y Alejandro Marcovich, el guitarrista argentino.

Fue el final de una época. La exitosa carrera de Saúl continuó sin Caifanes, pero algo sucedió.

Con el tiempo Saúl dejó de ser ese compositor que vivía debajo de una nube gris, sus canciones y sus letras se alejaron de la introspección profunda, del desespero y el desamor. Abordó nuevas temáticas, una nueva perspectiva de la vida y para mí, la conexión desapareció.

Hay quien piensa que existe un vínculo directo entre la tristeza y la creatividad. Que la felicidad es un obstáculo en la creación artística. Puede que sea cierto, sin embargo, creo que la labor creativa pasa más por el trabajo y la constancia que por la inspiración. “El que escribe, es narrador de su tiempo”, solía decir mi padre. La vida de Saúl había cambiado. Se convirtió en un hombre feliz, padre amoroso. Curado de la vida entre las sombras de tiempos perdidos. Sus canciones así lo reflejaban.

Un domingo muy temprano muchos años después, estaba leyendo en la misma cafetería de Montejo cuando vi llegar a Saúl con su pequeña hija Zoey. Se sentaron en la mesa de enfrente y no había nadie más en el lugar. Me sentí tentado a acercarme a saludarlo, presentarme y platicarle esta historia.

No lo hice. Me contuve porque lo descubrí en su nuevo rol; en paz, riendo y jugando cariñosamente con su hija, disfrutando del anonimato que ofrecen las primeras horas del domingo.

Este domingo, cuando terminé de leer el libro de Xavier Velasco, regresé a mi casa escuchando Caifanes. No les voy a mentir, extraño al viejo Saúl escribiendo canciones que aún le hablan a esa parte de mí. Creo que hay algo que aprender en esta historia acerca de la recuperación, la transformación y el sentido de la vida. Es verdad, extraño al viejo Saúl, pero celebro al nuevo Saúl, al Saúl feliz.

 

Sergio F. Esquivel

Columna: De Paso.

Publicada por Novedades Yucatán el 9 de julio 2021

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